Aquí, "EL EMPASTRE"... mosaicos de su arte y de su vida.

Aquí, "EL EMPASTRE"... mosaicos de su arte y de su vida.

Ací teniu els enllaços del llibre.


Aquí,  "EL EMPASTRE"... mosaicos de su arte y de su vida.
de PEREGRIN LUIS LLORENS Y RAGA.cronista oficial de catarroja.
Editat en 1969. Editorial Guerri, S. A. Jacinto Benavente,10 Valencia.

Documento de Dora Sanroque Aliaga.
Esta circular se encontraba  ubicada entre las hojas del libro.

Prólogo 
Valgan estos relatos como la muestra del humor de un pueblo, del genio de un pueblo que cuando todo en la vida social era triste y dramático, cuando todo le encaminaba hacia la tragedia, cantaba y reía, un pueblo que allá por 1915... 
    D. EMILIO PORCAR Ilustre Alcalde-Presidente del Municipio de la Villa de Catarroja.

La personalidad literaria de quien escribe el prólogo es siempre superior a la del autor de la obra. El prólogo es la recomendación que, en este país que tanta fe tiene en las recomendaciones, se hace al lector a favor del autor, la fianza que por su mayor nombre presta el consagrado al novel para que el lector vea, ya en el portal del libro, que la obra no le va a defraudar.
        Si esto de que en el prólogo un hombre ceda a otro algo de su mayor prestigio es una regla, este prólogo que estás leyendo es la excepción. El autor, don Peregrín Luis Llorens Raga, ilustrísimo señor por Canónigo, Archivero de la Catedral de Segorbe, historiador, publicista, autor de varias obras, miembro últimamente de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos, es plenamente conocido en el mundo de las letras. Quien es desconocido, si no más allá de las puertas de su casa, sí de los lindes del pueblo, es quien escribe el prólogo.
       Habría de ser, pues, el autor de la obra, quien presentara al del prólogo, mas como esto sería demasiado, aceptemos con satisfacción un honor que el autor, Cronista Oficial de su villa natal, ha querido conceder a quien, al tiempo de editarse la obra, preside el Municipio.
La historia de EL EMPASTRE se inicia, como se verá, allá por 1915. Nada vamos a añadir a esta obra acabada. Mas yo quisiera que el lector meditase un poco en el contorno social en que un pueblo dio vida a una agrupación musical que se haría famosa en tres continentes.
       Veamos, aun a riesgo de extendernos tal vez demasiado, cuál era la España de 1915: una situación social caótica como consecuencia de un sistema político (que no encaja en el país; un Estado liberal incapaz de poner un orden justo en una sociedad que no funciona; una subversión que amenaza con destruirlo ludo; guerra en Marruecos, huelgas revolucionarias, Gobiernos efímeros, anarquismo, bombas, asesinatos. En 1909, la Semana Trágica; en 1912, los sucesos de Cullera; en 1914, el asesinato de Canalejas, y en 1918, el de Dato; en 1923, la Dictadura.
       En medio de todo ello, 1915. Había en Catarroja mucho anarquismo: unos pocos años antes o después se disparó contra la Guardia Civil cuando conducía detenido a un anarquista; por 1920 fue asesinado el Alcalde, del Partido Conservador. Por todas las esquinas de la vida social soplan, en lo nacional y en lo local, aires de tragedia.
         ¿Cómo, en ese contorno, nace algo tan des comprometido, desenfadado, alegre y festivo como EL EMPASTRE? Pensemos:  ¿No surge el humor más sano, menos sofisticado, de las situaciones más trágicas, como nace el arte más negro de las épocas más cómodas? La risa más pura, la risa sin humor neblinoso, la risa que hemos vivido la generación de la posguerra española, la de Tono, Mihura, Alvaro de la Iglesia, la de "La Codorniz" tuvo su origen en "La Ametralladora", revista de humor para combatientes que se editaba en la España de Franco. Los soldados en el frente no cantaban marchas militares; cantaban a "Chaparrita, la divina" o "al vino que tiene Asunción". Cantos, alegres pero nostálgicos, a la vida sencilla y añorada de la paz.
       Ha sido después, en la paz y en el bienestar de la posguerra europea, cuando ha surgido la literatura negra, la pintura abstracta, la expresión fantasmagórica y monstruosa del arte, la angustia vital, la droga y el suicidio; todo ello en un mundo que, comparado con el anterior es, ¿quién lo duda?, un mundo sin problemas.
       Estábamos en 1915: guerra en Europa, guerra a ráfagas en Marruecos; guerra social entre trabajo y capital, bombas, huelgas, atentados... Y en un barrio de pescadores, en ese "calíu de nostres pares" que es, como dice en el Himno a Catarroja, el autor de esta misma historia, en ese Barrio de Les Barraques al que hemos de dirigirnos cuando intentamos descubrir nuestros más primitivos alientos, surge EL EMPASTRE.
        Fue el pueblo, el más auténtico y genuino pueblo, sencillo, alegre, festivo, quien creó genialmente a la Agrupación que, sin duda, ha proyectado el nombre de Catarroja, traspasando meridianos y paralelos, por más alejados confines.
        Leyendo la historia veréis nombres que tienen todo el sabor de lo auténticamente popular: "Felip el Tandero", "El Maño", "Bocha", "Changuel", "Pusa", "La Chela", Teatro "La Cuello", "Fabeta", y las calles del Pez, de la Caña, de la Red, "del Fus", "deis Bous", nombres todos del léxico de la gente pescadora, títulos de los que todavía permanecen algunos en la nomenclatura oficial, cuando debieron conservarse todos.
       De allí surgieron hombres como Fernando "el Anguilero", figura en ese deporte tan valenciano, que hoy tiende a desaparecer, de la pelota. Fernando, que un día entrara en el cine "Chepa" para interrumpir el relato del explicador, gritando, con una hoja de diario en la mano, encendida por él mismo: "A focs! A focs!", provocando la salida atropellada de los espectadores, sin otra consecuencia que el susto; que otro día, cuando todo el pueblo esperaba, alineado a lo largo de la carretera, a los corredores de una Vuelta a Levante a pie, se quitó los pantalones, quedó en calzoncillos cortos y circuló por la calzada recibiendo, a distanciados aplausos y la admiración de todos, aplausos que se convertían en risas cuando, según se iba acercando, se daban cuenta de que era Fernando, y de que aquélla era una de las suyas. De allí salieron hombres como "Maravilla", que llegaba siempre al trinquete, vuelto de su trabajo en las aguas de la Albufera, cuando la partida estaba ya mediada. Subía parsimonioso las escaleras para llegar al "palquet" del "dau". Cuando aparecía su busto sobre la barandilla, se interrumpía el juego. Allá abajo, en la cuerda, "Malanda" "marchaba" la partida. Al aparecer "Maravilla", la voz de tenor lírico de "Malanda" se destapaba, provocadora:
 —Al resto vingt duros!
"Maravilla" respondía con solemne voz de bajo:
—Van.
—Al resto vingt duros! Y "Maravilla":
—Van.
 —Al resto vingt duros!
Y "Maravilla", que no había visto veinte duros en toda su vida, ni los llegó a ver el pobre en lo que le quedó de ella, "Maravilla", que ha quedado como ejemplo de hombre pobre, alegre y honrado, "Maravilla", a cada grito de guerra de "Malanda" contestaba como el canto del buho, monorrítmico, solemne y grave: Van, vaaaan, vaaaaaan.                Terminada la serie, "Malanda", levantando la mirada hacia el trono en que "Maravilla" se sentaba como rey del espectáculo, resumía:
—Cuatre cents t'en jues.
"Maravilla" respondía:
—Ya'n tinc prou.
O a veces:
—Tirant cent mes.
      Hecho todo esto, acalladas las risas y los comentarios del público, la partida podía continuar. ¡Cuántas*anécdotas como ésta, cuántas muestras del genio alegre de un pueblo, podrían contarse!
     Hace unos años nos contaba Faustino Penella, ese último "coloquiero" ¡pie nos queda, un pasaje de su juventud que firmarían hoy los mejores literatos del humor negro.
     Estaba Penella, que era un mozo, en el Casino de don Paco. En la tertulia, el "Tío Pollastre", funerario, director de una de las Bandas de entonces y padre del llorado don José Manuel Izquierdo. Era una noche de invierno y una ruidosa tormenta apagó las luces de todo el pueblo. Cuando amainó la tormenta y todos se fueron a dormir, "El Pollastre" invitó al joven Penella:
 —Faustino, vols que fem una guitarra?
—A estes hores y en este temps?
—Aixó que té que vore?
Penella piensa que el Maestro tendrá muy buena guitarra y buenas manos pura tocarla, y decide:
—A la de tres.
Se encaminan por la calle Nueva a la casa donde el músico y funerario tiene en la planta baja su almacén. El Maestro abre la puerta. Enciende una Cerilla. Sobre un banco de madera reposa, negro, opaco y difuminado, un ataúd. El Maestro pregunta una vez más:
 —Per aon vols tocar, per davant o per darrere?
 Penella, que ya ha comprendido la chanza, contesta rápido:
 —Per aon vosté diga, Mestre.
—Pos toca per davant.
      Salen de la casa con la caja vacía al hombro. Las nubes negras del cielo están a tono. Penella va delante y el Maestro detrás. La calle, oscura y solitaria. El Maestro conduce con gritos de formación militar. Al llegar a cada esquina: "Derecha, mar"; "izquierda, mar". En alguna bocacalle: "De frente". Llegan a una casita de "Les casetes de Sidoro". Un viejecito, solo, sin familia, atendido por la caridad de los vecinos, ha muerto unas horas antes, en aquella noche negra. Sobre un jergón en tierra reposa su cuerpo. La luz de una vela ilumina la humilde estancia. El funerario y su improvisado lugarteniente colocan el cadáver dentro de la caja, pero las rodillas sobresalen por encima de los bordes.  
     Una vecina lo explica: tantos meses en la misma posición, las piernas encogidas, han hecho que el lento extinguir de aquella vida haya dejado, con unos tendones no distendidos, unas piernas en ángulo. El Maestro prueba: la tapa del féretro no llega a su base y se balancea, inestable, sobre las rodillas.
Penella, burlón, dice al Maestro:
 —Aixó vol un'atra tapa, Mestre.
 —Com?
—Que fasa colse.
El Maestro rechaza:
—Pareiserá qu'enterrem una escala de tisora.
 La solución la da por fin el Maestro: no hay más remedio que rectificar aquellas piernas. Faustino se sentará sobre las rodillas y al peso el muerto acabará por "estirar la pata".
 —Descarregat, Penella, tú qu'eres jove.
     Penella obedece. El funerario aguanta en su mano la vela. Faustino se sienta sobre el saliente y empuja hacia abajo. Al envite el féretro se desnivela; muerto y vivo ruedan sobre el suelo, y en la caída, Penella tropieza con el Maestro, que cae también. La vela se apaga.
       Faustino ha quedado ligeramente aturdido. El funerario, a quien preocupa la resolución del problema de que su ataúd haya de parecer una pirámide, palpa en la oscuridad, encuentra una pierna recta y exclama, gozoso:
—Ya está, Penella, ya está.
      Pero Penella, que sale de su aturdimiento, que nota que le tocan su pierna y que no tiene ningún interés en ser enterrado vivo, protesta:
 —No, Mestre, no, que eixa es meua. Y a mí no m'enterra vosté tan aínes. 
                                                                               D. EMILIO PORCAR . Ilustre Alcalde-Presidente del Municipio de la Villa de Catarroja.

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